Dos años y medio antes se había desatado la Beatlemanía, una locura nunca antes vista que cambiaría la cultura pop para siempre. La relación de los jóvenes con sus ídolos ya no sería igual. En ese lapso los Beatles siguieron creciendo. No sólo en cuánto a popularidad y económicamente; su evolución artística era imparable: también estaban cambiando para siempre la música popular. Pero en agosto de 1966 algo cambió. En Estados Unidos, mientras los Beatles recorrían el país dando recitales y presentando Revolver, se generó un movimiento que fue lo opuesto a la Beatlemanía, una ola de repudio, piquetes, protestas y hasta hogueras con sus discos y pósters. Esa reacción -impensada tiempo antes- fue provocada por unas declaraciones de John Lennon. La historia lo recuerda como la crisis que provocó Lennon con su comparación: “Somos más populares que Jesús”.
p>Pero fueron dichos con efecto retardado: explotaron meses después de su publicación. La entrevista que generó el escándalo había aparecido mucho antes y en tres medios más masivos y prestigiosos que aquel que terminó generando la conmoción.Hace 55 años, el 4 de marzo de 1966, el Evening London Standard traía un perfil de John Lennon escrito por una joven periodista Maureen Cleave, amiga de los Beatles. La nota era parte de una serie, a razón de una por semana, que se titulaba “¿Cómo vive un Beatle?”, una de las preguntas que más se hacía la gente por esos años. Los cuatro, a su turno, hablaron con la periodista.
La de Lennon es una muy buena nota que responde la pregunta del título, algo no tan frecuente en el periodismo. Cuando apareció no produjo revuelo alguno. Se la leyó con el interés que provocaba todo lo Beatle en esos años. Pero no mucho más. Cuenta que los Beatles casados (él, George y Ringo) viven en una zona rural, muy cerca entre sí y que con sus esposas están siempre juntos. Habla con desparpajo de lo millonario que es, que tener plata en algún momento le provocó una crisis interna que le hizo vender sus autos, pero que luego no sólo los recuperó sino que agrandó su colección; en ese momento tenía un Mini Cooper, un Rolls Royce y una Ferrari. Cuenta que compra muchos libros y detalla sus lecturas (Tennyson, Wilde, Huxley, Wells, Henry James) y transmite su entusiasmo por la música hindú. Se define como extremadamente perezoso: “Prefiero no realizar ninguna actividad física, nada que implique un desgaste. Soy la persona más vaga del mundo. Si hay que moverse, sólo me interesa el sexo”. Deja fuera de eso escribir, leer y componer. Con la periodista, Lennon también habló de religión.
En la entrevista de cinco meses antes, de dónde se sacó la cita, John le había dicho a Cleave: “El cristianismo se está desvaneciendo y achicando. Va a desaparecer. No tengo que argumentar demasiado. Tengo razón y con el tiempo quedará demostrado. Nosotros somos más populares que Jesús. No sé qué va a desaparecer primero, si el rock o el cristianismo”.
Lo que había pasado desapercibido para los lecturas del diario inglés, de Newsweek y del New York Times, tomó una importancia inusitada desde ese pequeño recuadro en tapa de una revista juvenil. La magia de la edición. La apuesta del director de DateBook resultó. Todos salieron a comprar su revista. Debió reimprimir varias veces a lo largo de agosto del 66 (el número dice Septiembre 1966 porque las revistas norteamericanas llevan la fecha de su devolución, de hasta cuándo están a la venta). Vendió más de un millón de ejemplares.
Pocos deben haber sido los que leyeron la nota entera. Alcanzó con la tapa. En una de las radios del sur de Estados Unidos en la que empezó la campaña contra los Beatles, uno de los periodistas le preguntó a otro qué opinaba, que escuchara lo que decía el músico en la nota; pero el otro le impidió que continuase: “No es necesario leer más, con esa frase me alcanza”. Esa actitud fue la que primó.
El peligro del rock, los pelos largos, las drogas, el furor de las chicas, las declaraciones desprejuiciadas, un mundo más descontracturado. Esos eran muchos de los peligros, de las amenazas que el rock traía al mundo. Ahora se le sumaba la aversión a la religión, la herejía.
Fue un efecto dominó. Comentarios indignados en las radios, editoriales incendiarios en los diarios, manifestaciones, declaraciones de repudio en los municipios, movilizaciones ante las radios, sacerdotes indignados en los púlpitos. Una radio de Memphis decidió dejar de pasar las canciones de los de Liverpool. El ejemplo fue copiado por varias emisoras más. Fueron más de 30 las que eliminaron a los de Liverpool de su programación.
Luego se sumaron los pastores y sacerdotes del Cinturón Cristiano del Sur. Más tarde, el Ku Klux Klan. A partir de ese momento, los Beatles estaban amenazados de muerte.
Al principio esa reacción algo sobreactuada divirtió a los Beatles. Era parte de la revulsión que estaban generando en las estructuras sociales. Brian Epstein, el manager de la banda, hasta le encontró el costado comercial: “Para quemar discos de los Beatles, primero tiene que comprarlos”. Pero cuando esta campaña escaló y se fue extendiendo de manera impensada, se empezaron a preocupar. La fecha de arribo de la banda a Estados Unidos estaba muy cercana y la hostilidad crecía. Ya eran varias las ciudades en las que grupos de habitantes pedían que las autoridades prohibieran los shows. Los Beatles consideraron la posibilidad de cancelar la gira. La entrada en escena del KKK empeoró todo. Los medios seguían alimentando el fuego. Los jóvenes eran convocados a parques y playas de estacionamiento para participar de hoguera gigantes, colectivas en las que convertían en cenizas, los discos, el merchandising y los pósters de los músicos.
John Lennon ni siquiera recordaba lo que había dicho, no le interesaba. Cuando se lo recordaron le costó comprender los motivos de la conmoción. Para él seguía siendo razonable y evidente lo que había declarado. Lo otro que le molestaba era que la causa de esas reacciones desmesuradas, del odio y de los pedidos de censura haya sido una opinión suya. No podía entender cómo una opinión podía generar una reacción de ese tipo sin importar el tema sobre el que versaba.
El problema originado por el “somos más populares que Jesús” fue uno de los motivos por los cuáles los Beatles no quisieron salir más de gira. Era una trituradora que los hacía ir de ciudad en ciudad, con sonido deficiente, con riesgos, sometiéndose a presiones y conferencias constantes. Estas revueltas y amenazas se deben sumar a los inconvenientes que tuvieron en otros países (Filipinas sería el mejor ejemplo). Y a que su música, lo que creaban en el estudio, todavía no podía ser replicada en vivo.
El 11 de agosto los Beatles llegaron a Estados Unidos. Brian Epstein logró convencer a John de dar una conferencia de prensa para pedir disculpas. Al principio Lennon no quería hacerlo, no creía que debiera disculparse. Para la ocasión los cuatro eligieron una vestimenta más formal. John enfrentó a los periodistas que estaban en busca de sangre y dijo: “Supongo que si hubiera dicho que la televisión es más popular que Jesús no hubiera pasado nada. Estoy apenado por haber abierto la boca. No soy anti Dios, ni ante Jesús, ni anti religión. En ningún momento se me cruzó por la cabeza pensar que éramos más importantes o mejores que Jesús”. Explicó lo evidente, que sólo se había referido a la popularidad entre los jóvenes y a la decadencia del cristianismo. Los periodistas insistían, se amontonaban, querían más de él, otro titular. Al final de la conferencia, ya molesto, Lennon miró a los ojos del periodista más pertinaz, del que se hacía notar más y le dijo: “Si querés que me disculpe, si te hace feliz, entonces listo, pido perdón”. Y se retiró de la sala.
El escritor David Foenkinos en su novela Lennon recrea ese momento. Le hace decir a John: “Me dije que si la frase había causado tanto efecto era porque se apoyaba en una cierta verdad. Había que haber vivido mi vida durante tres años para saber que tenía razón. La gente nos adulaba, ya no era cuestión de música. Era una religión. Sigo pensándolo. Quizá me expresé mal, pero, mierda, era tan evidente”.
La gira fue un desastre para los parámetros Beatles. La histeria se mezclaba con el enojo y el odio de otros. El sonido era pésimo, ellos debían permanecer ocultos en los hoteles, los periodistas sólo preguntaban sobre temas religiosos y, por las controversias, miles de entradas quedaron sin vender. Además, los acompañaba constantemente el temor. El KKK amenazaba cada vez que encontraba la oportunidad. Durante el concierto en Memphis se escuchó una detonación en el estadio. Los cuatro se sobresaltaron, pensaron que le habían disparado a John. Pero sólo se había tratado de un fuego artificial lanzado a la distancia. Las amenazas los habían afectado.
Los Beatles no volvieron a tocar en público. Se recluyeron en el estudio y siguieron revolucionando la música moderna con una seguidilla asombrosa de álbumes, una evolución pocas veces vista y la inédita conjunción entre éxito popular y experimentación.
Al año siguiente, los Beatles editaron Sergeant Pepper. En la tapa del disco pusieron figuras relevantes de la historia. John quiso incorporar a Jesús, pero el resto se lo vetó para no hacer renacer la polémica de los meses anteriores.
Esta no fue la primera declaración polémica de John, ni la última. Era filoso cuando hablaba, no solía esconder lo que pensaba ni maquillar sus opiniones. Sus compañeros lo sufrieron luego de la separación de la banda. El asunto de sus opiniones sobre el cristianismo lo volvió a traer a colación varias veces en los siguientes años. Desde la mención irónica a su posible crucifixión en la letra de The Ballad of John y Yoko al “No creo en Jesús” en la enumeración de incredulidades (Dylan, Beatles, etc) de God.
En la década del setenta, Lennon recordó el episodio con su cinismo habitual. Dijo que al final toda la situación había sido positiva, porque fue lo que terminó de convencerlos de no volver a salir de gira: “Si no hubiera pasado eso, todavía, estaríamos arriba de esos escenarios como si fuésemos esas pulgas de circo. Nos hicieron un favor”, dijo.
Fuente: Infobae.