La Luna ofrece un entorno idóneo para la crioconservación gracias a sus temperaturas gélidas, especialmente en las zonas polares que alcanzan los -196 grados centígrados. Esto permitiría la preservación a largo plazo de material biológico sin necesidad de energía eléctrica ni intervención constante, a diferencia de los bancos terrestres que dependen de sistemas vulnerables a fallos técnicos o catástrofes naturales.
“Las temperaturas extremas de la Luna lo convierten en un lugar excepcional para un biobanco”, afirma Mary Hagedorn, investigadora del Instituto Smithsonian de Biología de la Conservación. “Además de la crioconservación, la ubicación lunar protegería las muestras de los desastres naturales, el cambio climático y los conflictos geopolíticos que amenazan los bancos en la Tierra”.
Si bien esta iniciativa plantea numerosas ventajas, también enfrenta desafíos técnicos y logísticos. Transportar material biológico sano y salvo a la Luna exige el desarrollo de envases resistentes a la radiación espacial y otros factores del espacio exterior. Asimismo, establecer un biobanco lunar requeriría colaboración internacional para garantizar un marco de gobernanza equitativo que rija el acceso y uso de las muestras almacenadas.