La construcción, históricamente un motor clave de la economía argentina, vive uno de sus peores momentos. Según el INDEC, la actividad cayó un 24,5% interanual en octubre, acumulando una baja del 29% en lo que va del año.

Esta crisis no solo refleja un desplome en el consumo de insumos como cemento, hierro y ladrillos, sino también en la pérdida de empleos: uno de cada seis trabajadores del sector quedó fuera del sistema registrado desde el inicio del gobierno de Javier Milei.

Los números son contundentes. Caídas superiores al 40% en artículos clave, como mosaicos o hierros para construcción, marcan una desaceleración que parece lejos de revertirse. Por su parte, la encuesta cualitativa del sector muestra un panorama dispar: mientras algunas empresas confían en la estabilidad de la actividad, otras señalan costos elevados y una economía estancada como principales trabajos.

La construcción es un termómetro de la economía nacional. Su deterioro no solo impacta en millas de familias que dependen de este sector, sino también en la inversión pública y privada. Sin políticas que estabilicen los precios, incentiven créditos accesibles y promuevan obras, el 2025 se proyecta incierto.

Es hora de que el gobierno reconozca el rol estratégico de la construcción y actúe con medidas concretas. Sin estas acciones, la "reactivación económica" prometida será solo un espejismo.