La industria aeroespacial avanza a paso firme en la república Argentina, y la provincia de Buenos Aires cumple un papel fundamental. No sólo la Universidad Nacional de La Plata forma a los principales especialistas en ingeniería aeroespacial, sino que más de un municipio también ofrece los lugares indicados para hacer las pruebas de los cohetes y, en un futuro no muy lejano, lanzarlos al espacio. Es que, el proyecto de reciclar la base militar de Puerto Belgrano de Coronel Rosales en un centro espacial marcha sobre ruedas. Y estaría operativo para que en 2030 sea testigo de cómo el cohete Tronador II, de industria nacional, despegue hacia el infinito y más allá.
El interés bonaerense por la carrera espacial no es una novedad. En 1948 el mendocino Teófilo Tabanera, que se había graduado de la UNLP, fundó la Asociación Argentina Interplanetaria, institución pionera en las investigaciones y desarrollos de la industria espacial.
No es casualidad entonces que hoy lleve su nombre el centro espacial cordobés desde el cual Alberto Fernández anunció días atrás el impulso al desarrollo del lanzador argentino Tronador II, un cohete planificado la década pasada pero cuyas inversiones se frenaron y se ralentizó su realización.
En una articulación entre empresas privadas, estatales, y organismos gubernamentales casi sin precedentes, la decisión de avanzar con el desarrollo del Tronador II para ampliar la soberanía espacial del país está sustentada sobre la posibilidad de fabricar tanto los cohetes como los satélites íntegramente en Argentina.
“Esto es emblemático. En Córdoba está el centro de operaciones de los satélites y toda la parte de integración de los mismos. El desarrollo de los motores se hace en Falda del Cañete. Después, todo lo que es la integración de los lanzadores y fabricación de estructuras se va a hacer en Pipinas. Los bancos de prueba serán en Punta Indio, y finalmente el lanzamiento de los vehículos se va a hacer desde la base de Puerto Belgrano”, detalló a este medio Marcos Actis, presidente de VENG.
“Salvo cuestiones de electrónica, el resto se puede hacer en el país”, precisó el ingeniero. Pese a las limitaciones que se le suelen achacar a la Industria Argentina, en el caso del sector aeroespacial, tiene condiciones por demás óptimas para desarrollar íntegramente el proyecto.
No sólo el cohete puede ser fabricado en el país, sino que los ingenieros que los desarrollan son formados íntegramente en universidades argentinas, como la UNLP. “Son muy bien formados”, aseguró Actis, quien además es decano de la facultad de Ingeniería de La Plata.
Luego, pueden aplicar sus conocimientos en empresas nacionales, pese a que algunos opten por seguir sus carreras en el exterior. “La experiencia obtenida en CONAE e INVAP genera muy buenos profesionales”, agregó el ingeniero.
Camino hacia la soberanía espacial, con un rol fundamental de la educación pública
La soberanía espacial es clave para el país, ya que permitirá ahorrar millones de dólares en el lanzamiento de satélites que luego generarán un beneficio de difícil mesura a otras actividades, como por ejemplo la agricultura.
Dos años atrás, la compañía aeroespacial de Elon Musk, SpaceX, lanzó al espacio el satélite argentino SAOCOM 1B, mellizo del 1A. El mismo permite a través de una observación con microondas captar la humedad de los suelos y las profundidades de las cuencas con una precisión milimétrica. Según afirmó Salvarezza en diálogo con este medio el satélite puede, por ejemplo, prevenir inundaciones, o indicar el mejor momento para aplicar fertilizantes.
En total, la Argentina desembolsó alrededor de 600 millones de dólares en todo el proyecto, que fue señalado por el entonces ministro Roberto Salvarezza como una “inversión”, por el retorno de las utilidades a partir de su uso para la agricultura, la ganadería y otras actividades productivas.
No obstante, de esos 600 millones un importante porcentaje fue destinado al traslado del satélite a los Estados Unidos y el alquiler del cohete Falcon 9 para su puesta en órbita. Ese ítem podría ahorrarse en un futuro una vez completo el desarrollo del Tronador II, que además podría ofrecerse a países vecinos para su satélites.
“Brasil también quiere tener su sistema, pero vienen atrás nuestro no sólo en cuanto a lanzador, sino también en satélites. Ellos todavía no han producido ninguno. Tenían un lanzador desarrollado, pero en 2003 debieron abandonar el proyecto por un incidente que tuvieron por la tecnología de motores sólidos y no líquidos, que son más eficientes y seguros”, explicó Marcos Actis.
Una vez que el Tronador II esté listo, se trabajará en optimizar su proceso de fabricación para poder desarrollarlo en serie, lo que abarataría los costos aún más. “Nunca te va a salir lo que te sale un vehículo, comparado con el desarrollo”, señaló el titular de VENG.