La Fórmula 1 es sinónimo de lujo y espectáculo, pero también de cifras que marean. Aunque los pilotos ganan millones, para sentarse en una butaca de estos monoplazas deben pagar cantidades exorbitantes, lo que convierte el automovilismo en un deporte tanto de habilidad como de billetera.

Max Verstappen, tetracampeón del mundo, lidera también en el desembolso: tras cosechar 437 puntos en 2024, deberá pagar a la FIA más de un millón de euros. Claro, su salario de 55 millones de dólares anuales hace que este gasto no le bastante el sueño, pero ¿qué pasa con quienes sueñan con entrar al circuito?

El argentino Franco Colapinto, aún sin asiento confirmado, debe sumar patrocinadores si quiere ser parte de la parrilla en 2025. La Fórmula 1, aunque glamorosa, refleja una realidad: no todos llegan solo por talento; el dinero juega un papel clave.

Estos montos, además de evidenciar el negocio detrás del deporte, dejan una reflexión: ¿es justo que el costo de competir sea una barrera tan alta? Quizás sea hora de repensar si el automovilismo quiere ser un espectáculo solo para millonarios o si puede abrirse a nuevas promesas.