La reciente denuncia de violencia ejercida por el expresidente Alberto Fernández contra su exesposa, Fabiola Yañez, ha desatado un terremoto político en Argentina. Las impactantes imágenes de Yañez con hematomas en su rostro y cuerpo, mientras cursaba un embarazo dentro de la custodiada Quinta de Olivos, han puesto al descubierto no solo la podredumbre moral del exmandatario, sino también la profunda crisis que atraviesa el peronismo, el partido que aún lidera a nivel nacional.
Este acto de violencia machista, ejecutado por quien en su momento ostentaba la máxima autoridad del país, evidencia la responsabilidad directa del Estado en la perpetuación de la violencia de género. Las implicaciones políticas son ineludibles: no solo es un exmandatario quien está en el ojo del huracán, sino también un partido político que, bajo su liderazgo, sigue representando a millones de argentinos.
El impacto de estas revelaciones se ha sentido con fuerza dentro del peronismo, exacerbando la crisis que ya venía acumulándose por las denuncias de corrupción en torno a millonarios negociados con las pólizas de seguros del Estado. El escándalo no solo mancha la imagen del expresidente, sino que también arrastra consigo a otros funcionarios y figuras clave dentro del partido, quienes, en un esfuerzo por preservar la unidad, han emitido condenas que han sido recibidas con escepticismo por la opinión pública. La falta de credibilidad de estos repudios es evidente, pues muchos de los dirigentes que hoy levantan la voz contra Fernández han sido cómplices o defensores de otros casos de abuso y corrupción dentro de sus propias filas.
El derrumbe moral del peronismo ha sido un campo fértil para el avance de Javier Milei y su espacio político. Sin embargo, figuras como Juan Grabois, sorprendentemente, se mantienen firmes en su apoyo a Fernández, Scioli y Massa, subestimando la gravedad de la crisis y las consecuencias de continuar por el mismo camino. Este error de cálculo, que refleja las limitaciones de clase de Grabois, podría resultar fatal para su viabilidad como alternativa política.
Por su parte, Milei ha sabido capitalizar el desmoronamiento del peronismo, aunque su postura doctrinaria contra los derechos del movimiento de mujeres contradice su reciente interés en explotar el caso de violencia de género contra Yañez. Esta contradicción, sin embargo, no ha detenido a Milei y sus aliados, quienes continúan avanzando en su agenda, incluso colaborando con sectores del peronismo en cuestiones tan delicadas como el rescate de genocidas de la última dictadura militar.
En medio de este caos, la izquierda argentina enfrenta el desafío de presentarse como una verdadera alternativa de poder. La impugnación del régimen no debe limitarse a las denuncias personales contra figuras como Fernández o Espinoza, sino que debe dirigirse contra todo un sistema político que protege y perpetúa la violencia y la corrupción. Para lograrlo, es esencial que la izquierda mantenga su independencia política y rechace cualquier forma de seguidismo al peronismo-kirchnerismo, entendiendo que la construcción de una alternativa política de los trabajadores y los sectores populares es más urgente que nunca.
El colapso del régimen político actual, con su carga de violencia y corrupción, abre una oportunidad histórica para la izquierda, que debe asumir el desafío con claridad y decisión.