En pleno invierno del norte de Estados Unidos, entre los últimos días de diciembre y los primeros de enero, las heladas temperaturas no impiden que multitudes se congreguen en las afueras de los cines. Abrigos pesados, bufandas y manos en los bolsillos son el atuendo común, mientras la espera en el frío se prolonga durante horas. Este fenómeno, sin embargo, no se debe a un estreno cualquiera, sino a la llegada de "El Exorcista", una película que, cincuenta años atrás, desató una ola de pánico y sugestión colectiva.
La cinta, dirigida por William Friedkin, se convirtió en un espectáculo por derecho propio. A pesar de la excelencia cinematográfica y las críticas positivas, lo que ocurrió dentro de las salas de cine superó cualquier expectativa. Desmayos, temblores y abandono de la función a mitad de camino se volvieron comunes. Un periodista televisivo confirmó el impacto al permanecer en el hall de un cine, atestiguando la salida de espectadores descompuestos.
Las repercusiones trascendieron lo cinematográfico. Se reportaron lesiones, desde fracturas hasta conmociones, atribuidas a las reacciones extremas de algunos frente a las escenas de terror. Ambulancias estacionadas, plomeros para destapar baños y personal de limpieza extra evidenciaron el caos que rodeaba la proyección de "El Exorcista". Incluso se llegaron a internar personas en hospitales neuropsiquiátricos tras ver la película.
El terror no se limitó a la pantalla; leyendas urbanas sobre una supuesta maldición asociada a la película emergieron con fuerza. Desde muertes de actores hasta incendios en el set, la narrativa de la maldición se consolidó, contribuyendo a la fama de la película. Aunque muchos cuestionaron la conexión entre eventos trágicos y la producción, la controversia y el misterio alrededor de "El Exorcista" persisten, dejando un legado de terror que perdura medio siglo después de su estreno.