En una oscura noche de septiembre de 1919, un joven soldado alemán, infiltrado en un mitin del Partido Obrero Alemán, un grupo político de ultraderecha casi insignificante, daría un giro radical a la historia mundial. Ese joven era Adolf Hitler, quien, lejos de limitarse a observar, se vería cautivado por las ideas del partido y, con su elocuencia innata, se convertiría en su líder carismático.
Hitler, impulsado por un profundo resentimiento hacia los aliados vencedores y los políticos alemanes que habían firmado el armisticio, encontró en el partido nazi una plataforma para expresar su odio y sus ambiciones desmedidas. Su ascenso fue meteórico, y pronto se convirtió en la figura central de un movimiento que prometía restaurar la grandeza de Alemania a costa de cualquier sacrificio.
Los años siguientes fueron testigos de la radicalización del partido nazi y del ascenso imparable de Hitler. Sus ideas antisemitas, racistas y expansionistas encontraron un eco en una Alemania sumida en la crisis económica y social. En 1933, Hitler fue nombrado canciller y, poco después, concentró todos los poderes en sus manos, dando inicio a una de las épocas más oscuras de la historia de la humanidad.