“Amen fuerte, siempre. La vida es efímera, el amor perdura”, aconseja Juan Croatto desde su cuenta de Twitter (@elphilos). El usuario de la cuenta acababa de compartir una de las historias de amor más grandes que haya conocido. Y lo cuenta desde su rol de hijo deseado de ese amor único e irrepetible, el de su mamá, que había sido una novicia y su papá, un sacerdote.
“Conté la historia porque se cumplía un aniversario de la muerte de mi mamá. Ya pasaron 31 años. Empecé a mirar fotos viejas y a recordar la historia de ellos, tan presente en mi vida”, le cuenta a Infobae sobre el motivo que lo llevó a compartir esta “historia hermosa” que tiene que ver con quién es él hoy.
Juan Croatto tiene 40 años. Es gerente de diseño en un banco. Y se le da muy bien escribir relatos. Logró conmover a miles de tuiteros que se devoraron los posteos, como si fuesen los capítulos de una novela sobre un amor prohibido.
El tuit dice: “Mi viejo fue el menor de 10 hermanos. Los dos más chicos estaban destinados a ser sacerdotes. Con 10 años lo mandaron a estudiar desde Córdoba al colegio de curas y después al seminario en Buenos Aires. Papá se ordenó como sacerdote y se doctoró en Teología en Roma”, cuenta. “Por otro lado, mi mamá encontró una vocación religiosa de muy joven. A los 21 años ingresó a un convento donde comenzó su formación para ser monja. En el 64 mi papá fue a dar un curso de teología a ese convento donde conoció a mi vieja…”, relata.
Su padre se llamaba José Severino Croatto y había nacido en 1930 en Sampacho, Córdoba. Se hacía llamar por su segundo nombre. Y su mamá, Estela Robirosa, era de 1942 y era oriunda de Tala, Entre Ríos.
Cuando se refiere a su padre, Juan destaca su formación sólida. Que era un hombre brillante. Que tenía un doctorado en Teología, que había estudiado en Jerusalén y había terminado su formación en Roma. Después se dedicó a dar clases de teología. Además, cuenta que hablaba fluido 9 idiomas, además de latín, sumerio y acadio. Un genio que figura en Wikipedia. Juan comparte el link donde figura toda trayectoria y su especialidad en lenguas semíticas.
En 1963 fue cuando Severino y Estela se conocieron. No fue un flechazo inmediato. Según cuenta su hijo Juan, fue un amor que fue creciendo con el paso de los años. “Mi padre fue a dar varios cursos y mi mamá, que recién empezaba a formarse como religiosa, en un instituto de hermanas, se interesó mucho por la temática. Eran intereses académicos y por otro lado, conectaron por una visión, la de concebir la religión como una manera de ayudar al prójimo”, explica. En principio, la unión fue espiritual.
Pero con el tiempo, habían pasado 8 o 9 nueve años, supieron que ese amor se había transformado. “Con el tiempo se dieron cuenta de que había otro interés. La vida los había unido y fueron descubriendo ese otro lado”.
El momento de definiciones, de sincerar los sentimientos, llegó acompañado por otra situación, que terminó de unirlos para siempre. A Estela le habían detectado cáncer en la tibia y peroné.
Corría el año 72 cuando decidieron compartir la vida. Le habían puesto una prótesis en lugar de la tibia y peroné pero su cuerpo la rechazó. Y hubo que amputar. Severino estuvo firme a su lado. Había pedido a la Iglesia una dispensa al Vaticano, un permiso explicando toda la situación.
“La respuesta fue un no. No te podés casar”, le dijeron. A pesar de todo, Severino y Estela decidieron continuar la relación y se casaron por civil”, relata. Y agrega: “A ellos les pesó mucho quedar fuera de la institución. Hasta lo último, siguieron viviendo la religiosidad a su manera”, enfatiza.
Su papá continuó enseñando teología, Dio clases en la UBA durante 10 años, en Filosofía y Letras y su madre, había hecho una licenciatura en educación, para enseñar a nivel universitario. En los setentas no se exiliaron, pero tuvieron que abandonar la UBA por un tiempo y se fueron a Salta, a la Universidad Nacional.
Este conflicto con la Iglesia quedó plasmado en un libro que Juan compartió también en las redes, escrito por sus padres y otros sacerdotes que no renunciaron al amor por una mujer. El título del libro es El Vaticano dice no, Sacerdocio y Matrimonio y fue editado por Ediciones Letra Buena.
Con la llegada de la democracia la pareja volvió a Buenos Aires. “Ellos ya eran grandes. Hace tiempo estaban buscando tener familia. Pero no era lo ideal por los antecedentes. Además mi mamá estaba en sus cuarenta y largos. Así que se anotaron en listas de adopción y tuvieron suerte: el elegido fui yo”, relata Juan.
“Nací un 3 de enero de 1982. Había una madre que daba a su hijo el día del parto. Me adoptaron el mismo día de mi nacimiento, si bien los trámites se habían iniciado mucho antes por circunstancias de la vida”, relata.
“Y me llamaron Juan por todo lo que sabía mi papá de religión y de idiomas antiguos. Estaban esperando la luz. Mi nombre significa el enviado de la luz. Creo que es la traducción de Juan el Bautista. El Evangelio Juan 1,6-8.19-28 dice: “Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz…"
Estela pudo criarlo con la ayuda de unas muletas y una prótesis que no era fija. Juan recuerda una infancia hermosa. La memoria no lo ayuda, porque su mamá murió cuando él tenía 9 años. Los diarios de su mamá le ayudan a reconstruir los recuerdos. “Ella había empezado a escribir un diario sobre mis primeros años de vida”, explica.
El manuscrito, con tinta azul, que se adivina escrito con una lapicera, en una letra prolija inicia con la fecha: 1984 .“Juan, hijo nuestro, tan querido, tan deseado, tan esperado…“, así comienza el diario, y según Juan, comenzaba a cerrarse un círculo de amor.
Los recuerdos de su infancia viven en una especie de casa quinta con un terreno enorme, de José C. Paz. Fue un chico que creció rodeado de mucho verde y conectado con la naturaleza.
“De ella tengo muy pocos recuerdos”, se lamenta. “Puedo recordar que por las mañanas, al despertarme, estaba el desayuno preparado. Me acuerdo de ellos cocinando. Me ayudaban con la tarea del colegio. Muchos me dijeron que eran de esas parejas en la que se podía ver en sus miradas el amor que se tenían”, asegura.
En el 1986 adoptaron a su hermana, María.
Cuando Juan tenía 9 años, Estela muere de cáncer en los pulmones. Había tenido metástasis. “Fue muy agresivo, en menos de un año la perdimos”.
Sus abuelos maternos vivieron con ellos y como ya eran personas de más de ochenta años, pronto también fallecieron. Fueron tiempos complicados. De muchas pérdidas.
“Mi papá hizo todo lo posible para que no sintiéramos la falta de mamá. Fue muy sincero con el tema de la adopción, lo supe siempre y entendía el gesto de amor que había detrás. Yo lo contaba de chico y con orgullo”. asegura.
Severino estuvo bastante tiempo solo, y se volvió a casar a los 63, con una mujer que daba clases con él. Murió cuando Juan tenía 18. Se fueron muy pronto de su vida. Y durante un tiempo quedó a cargo de su hermana menor.
Sus padres le dejaron un legado. “Me dieron a elegir mi propio camino. No me enseñaron a ser católico. Me formaron en la libertad, una de las cosas más lindas que me dejaron”.
Como en las fotos de su infancia, Juan recuerda a sus padres con una sonrisa constante. “Siempre agradeciéndole a la vida”. Fuente: infobae.com