La verdad detrás de la internación de Raúl Kraiselburd: la dura historia jamás contada de un ícono de La Plata
Anoche, en la tradicional Cena de Gala por el 142° Aniversario de La Plata, muchos se asombraron al ver llegar al anfitrión, Raúl Eduardo Kraiselburd, sentado sobre una silla de ruedas.
El eterno director del diario El Día tiene 80 años (nació el viernes 12 de mayo de 1944 en La Plata), y es portador de una vida llena de historia dura y dolorosa que más adelante, en esta nota, te contaremos.
Lo cierto es que en la noche previa al día del aniversario del nacimiento de la ciudad de La Plata, la Fundación Florencio Pérez, que creó y preside desde el primer día Raúl Kraiselburd, celebró el cumpleaños 142° de la capital bonaerense con su tradicional Cena de Gala.
En ese evento, que desde hace más de 30 años es una tradición en La Plata, se le otorgó una distinción especial al multi galardonado periodista platense (ex El Día y actual La Nación) Hugo Alconada Mon, por su reciente libro “La ciudad de las Ranas”.
Una versión que circula desde esta mañana, vertiginosamente a través de WhatsApp y redes sociales, de la que se hicieron eco rápidamente varios medios digitales de La Plata, indica que "cerca de las 2 de la mañana, Raúl Kraiselburd estaba conversando con un par de asistentes y convulsionó dos veces; después de la segunda se lo llevaron al hospital Español en una ambulancia de SUM".
Tambien aseguran que estaría internado en el Hospital Español de La Plata, y que lo atiende el histórico dirigente radical y destacado médico cirujano platense, Claudio Pérez Yrigoyen, junto a su destacado su equipo de profesionales.
La Fundación Florencio Pérez celebró su evento anual en el marco del 142º aniversario de La Plata, con participación de destacados representantes de La Plata y la Región Capital.
La tradicional cena benéfica organizada por la Fundación Florencio Pérez volvió a congregar anoche a referentes de múltiples sectores en el salón Vonharv, con motivo del 142º aniversario de La Plata.
Entre los presentes, destacaron el gobernador Axel Kicillof, el intendente de La Plata, Julio Alak y figuras como el rector de la UNLP, Martín López Armengol, además de autoridades judiciales, eclesiásticas y empresariales.
El evento tuvo un fin solidario: los fondos recaudados serán destinados al área de cuidados intensivos del Hospital Español y al otorgamiento de becas para estudiantes de Medicina. Durante su discurso, Raúl Kraiselburd, presidente de la Fundación, destacó la importancia de invertir en educación y el compromiso con los sectores vulnerables.
Durante la velada, se distinguió al periodista Hugo Alconada Mon por su obra “La ciudad de las Ranas”. Aunque no pudo asistir, el premio fue recibido por su colega y amigo, Luciano Román, que siguió sus pasos y fue también desde El Día a La Nación.
Además, la noche contó con emotivos detalles, como una torta alusiva al aniversario con el diseño del "icónico cartel de La Plata", preparada por el Sindicato de Pasteleros.
Un video mostró los proyectos que la Fundación Florencio Pérez impulsa en barrios como Villa Elvira y Tolosa, incluyendo talleres de oficios y casas del deporte. Desde 1990, la entidad trabaja en la prevención de adicciones, el apoyo a clubes barriales y la promoción de la educación técnica en la región capital.
El pasado miércoles 17 de julio 2024, el portal Infobae.com publicó una extensa y clarificadora entrevista a Raúl Kraiselbur, en la que relata cada uno de los hechos que marcaron su larga vida, entre los que se destacan muy especialmente los asesinatos a sangre helada de su padre David y de su hijo el pequeño “Davidcito”, de veinte meses de edad, el 31 de agosto de 1976, en la localidad de Gonnet, una banda lo secuestró y lo mató.
El largo texto de Infobae, escrito por el colega Juan Manuel Mannarino y publicado con fotos de Nicolás Freda, es absolutamente revelador e inédito respecto de la vida de un hombre icónico para la capital bonaerense y para el periodismo argentino. Por eso, decidimos publicarlo textualmente a continuación, agradeciendo la generosidad del medio y los periodistas involucrados.
Habla Raúl Kraiselburd, a 50 años del secuestro y muerte de su padre, uno de los asesinatos más olvidados de los ‘70
Poco afecto a dar entrevistas, el dueño del diario El Día de La Plata contó detalles y sensaciones desde adentro de la familia, como nunca antes lo había hecho.
La muerte de su padre, David, ocurrida en 1974 tras un secuestro de Montoneros, fue una de las más resonantes sobre empresarios de la prensa y despertó la atención de la vicepresidente Victoria Villarruel, quien en plena campaña desempolvó aquel homicidio para alimentar su tesis de la memoria completa.
Raúl Kraiselburd (RK) entrelaza las manos en el despacho del segundo piso del diario El Día de La Plata, el mismo en el que su padre, David, se sentaba donde él está ahora y atendía a políticos, sindicalistas y empresarios, gente cercana como el radical Germán López o el secretario de Energía y Combustibles, Antulio Pozzio.
Apenas se entra al cómodo y amplio cuarto, una añeja fragancia a roble y café envuelve el ambiente. Los sillones, la biblioteca, el escritorio, las ventanas: todo sigue intacto como hace 50 años, cuando un día secuestraron a quien entonces era el dueño del diario más importante de la provincia de Buenos Aires y todo, en la vida de la familia, cambió vertiginosamente.
Raúl tiene 80 años y en aquel momento, con apenas treinta, hijo mayor de una descendencia de inmigrantes ucranianos con un abuelo colchonero que se arraigó en la por entonces pujante ciudad de Berisso, debió tomar las riendas del negocio periodístico.
"Nunca pude hacer el duelo de mi viejo", suelta con cierta timidez, la voz ronca por el cigarrillo, los ojos celestes penetrantes en un aire ausente, las manos arrugadas y gruesas apoyadas entre papeles sueltos del escritorio.
Es un miércoles de julio de 2024 de frío polar y desde el balcón, entre las frenadas estridentes de los colectivos que conectan una de las diagonales principales de La Plata, la ciudad anochece lánguidamente-. Había que seguir, no se podía parar.
-Recién ahora tengo ataques de llanto. Recién ahora, en la vejez –levanta la mirada, traga saliva. Aprieta insistentemente el botoncito de su fina lapicera.
Se cumplen 50 años del asesinato a quemarropa de David Kraiselburd, ocurrido el 17 de julio de 1974 después de haber estado casi un mes en cautiverio. Era director y accionista del diario al momento del secuestro, organizado por Montoneros.
Según la reconstrucción judicial, fue asesinado por una ráfaga de tiros y a sangre fría, con él cubriéndose el rostro pidiendo piedad, en medio de un operativo policial en una casa quinta en la periferia de La Plata.
Los captores habían abordado a David cuando caminaba a plena luz del día hacia la redacción del diario, en el histórico edificio de diagonal 80. Los investigadores se preguntaron cómo es que lo agarraron a dos cuadras de la Jefatura de la Policía, en un despliegue que involucró varios autos, sin que a nadie le llamara la atención.
Una semana después del secuestro, víctima de un paro cardíaco, fallecía el presidente Juan Domingo Perón dejando en el poder a Isabel. El país quedaba en vilo y, como alguna vez dijo José Pablo Feinmann, “todos empezaban a matarse entre todos”.
RK, pantalón de vestir negro y camisa dentro de un pullover escote en v, es el director de El Día desde aquella época, después que mataran a su padre. Prende un cigarrillo Marlboro y señala un cuadro que le regaló su primo artista en homenaje a su padre y que ganó premios internacionales: una máquina de escribir prendida fuego en clave de arte pop; luego otro que está a sus espaldas, gigante, sobre la fundación de la ciudad de La Plata y del cual hay pocas copias.
Su hijo Ernesto, el más grande de otros dos que viven en Estados Unidos, irrumpe por una oficina contigua: Raúl lo llama para arreglar los detalles de unas donaciones de su Fundación Florencio Pérez, unas máquinas que compraron para hospitales de la región.
En un rincón del despacho están las fotos de todos sus hijos, incluido David, el pequeño “Davidcito”, de veinte meses: el 31 de agosto de 1976, en la localidad de Gonnet, una banda lo secuestró y lo mató.
En dos años, mientras se convertía en un joven empresario de éxito en la capital del país, RK vivía la tragedia argentina en carne propia como ninguno de sus contemporáneos: le mataban a su padre, tras un secuestro de Montoneros, la guerrilla más importante de los ´70.
Al poco tiempo, acribillaban a su bebé -el cuerpo jamás apareció-, tras un secuestro organizado por una banda liderada por su chofer y guardaespaldas. Un sacudón de violencia y muerte que hoy, detrás de las cinco décadas que vivió perpetuado en el sillón del poder, parece seguir elaborando.
Pese al ruido de calle que se filtra por las ventanas, a los llamados y charlas que se escuchan de otros despachos y de la gente que entra y sale, RK está acostumbrado a ser el único anfitrión del diario, su máxima autoridad en la cumbre del edificio.
Locuaz y hasta juguetón con los recuerdos, se concentra en los anteojos gruesos de su padre, una marca de identidad como los trajes, sus predilectos colores azules y negros de pantalones y camisas, su afán por su deporte -jugaba al fútbol, a la pelota paleta-, su amor por la lectura, su pasión por el fútbol: hincha fanático de Estudiantes como él, que hace poco llevó en avión a sus nietos a Santiago del Estero a ver la final contra Vélez.
“Lo vi fuera de sí dos veces: una, cuando Estudiantes salió campeón del mundo, y la otra por un pleito en la Universidad”, dice, con un risa que rebota en el suelo de madera y que se expande a sus ojos celestes claros dándole un eventual perfil amistoso.
“Mi viejo era exigente pero más allá de nuestras cagadas, no se pasaba de la raya. Nos decía: si a alguien lo retás en caliente, no sirve para nada. Hay que aguantarse los nervios. Y al otro día hablarle bien, para que entre la lección”, recuerda sobre el paterfamilias, como si fuera una descripción también sobre su forma de ejercer el poder, en una conversación que se dispersa tejiendo personajes y tiempos y va de un lado a otro en los recovecos de la memoria.
David Kraiselburd solía estar orgulloso de su educación universitaria y del progreso científico de la ciudad de las diagonales: su hijo recuerda su afán por hablarle de Joaquín V. González y sus ideas revolucionarias a cualquier extranjero que visitaba la redacción. Si bien David no era judío practicante, nombraba siempre a Marx, Freud y Einstein como sus estandartes de la cultura judía. Los Kraiselburd, admite RK, eran workaholic.
“Mi viejo, con sus ideas anarquistas y socialistas, se fue posicionando como empresario de medios en un diario conservador, pero que se oponía al fraude electoral y al fascismo”, define.
Ese mismo diario que Favaloro, viviendo en Estados Unidos, pedía que se lo mandaran por tarjeta postal expresa para seguir los pasos de su amado Gimnasia y Esgrima, o el que Néstor Kirchner leía en sus pocos momentos de descanso, buscando noticias de la ciudad que conoció cuando fue estudiante de abogacía, mientras esperaba en un hotel de Pinamar a su mujer, Cristina, según lo cuenta ella en su libro Sinceramente.
“Una vez el colorado Francisco De Narváez me dijo sorprendido ´qué cosa rara los platenses´. Contó que si a su hija no le llevaban el diario, ella llamaba a su madre para que le leyera los avisos fúnebres. Nosotros con El Día estamos desde 1884, dos años después que se fundó la ciudad, somos uno de los diarios más antiguos del país. Así que imagínense el arraigo y la identidad”.
-¿Quién era su padre?
-Mi viejo era un hombre de ideas, un librepensador que entró al diario de casualidad, por un concurso literario que organizó Estudiantes de La Plata para hacer una pasantía en la redacción. Fue cadente con 17 años, llevaba papeles y servía café.
En ese momento terminaba el secundario y colaboraba en el negocio de la colchonería familiar. Él siempre decía que tuvo el privilegio que su padre, un inmigrante pobre ucraniano, quería que sus hijos fueran universitarios y por eso se mudó a Berisso desde Entre Ríos.
Entró al Colegio Nacional de La Plata rindiendo un examen, no fue fácil, y tuvo como profesor a tipos como Ezequiel Martínez Estrada. En el diario empezó a escribir cositas de deportes, de actualidad universitaria, y ahí ya se metió a estudiar Derecho.
Hubiera querido ser ingeniero, pero tenía que cursar y eso no podía porque debía laburar. Tenía una gran pasión por el conocimiento. Su generación creció en una Argentina rica, él recordaba que en las carnicerías te regalaban el hígado.
Persiguió siempre una utopía, una sociedad de iguales, con una ética del trabajo y firmes convicciones anarquistas, llegó a cruzarse con gente como León Felipe. Después de recibirse de abogado, a sus cuarenta estudió la carrera de Historia, trabajó en la Universidad Popular Alejandro Korn.
Fue abogado de sindicatos anarquistas. La política era algo fundamental, y el periodismo era para él una misión por ampliar los límites del pensamiento. Por eso modernizó el diario a la altura de los grandes periódicos de su época, se ganó la confianza de Hugo Stuntz, el dueño, a punto tal que se convirtió en el abogado de la empresa.
-¿Su padre luchó en la Guerra Civil Española o es un mito?
-Él a los 17 años era anarquista. Lo de la Guerra Civil lo supimos después, porque nunca nos contaba nada. Hubo varios testigos de su viaje a España, aunque no está claro qué tarea realizó.
Cada tanto nos visitaban amigos suyos españoles y no entendíamos nada. En España perdió la ilusión de la utopía anarquista, que fue un ideal hermoso.
Mi viejo tenía máximas muy especiales. “Para que no te toquen el culo hay que poner las bolas sobre la mesa” o “los periodistas son curiosos con el único objetivo de ser indiscretos” eran de sus favoritas.
Tenía más pasión por el periodismo que por el derecho, que le sirvió para ganarse la vida y comunicarle las cosas con claridad a los jueces por su buena redacción. Cuando le dije que iba a estudiar derecho me dijo “¡Para qué, eso no sirve para nada!”.
RK se distrae, pasa los dedos por su cabello a un costado de la calvicie. Levanta un viejo teléfono, de esos con fax, y marca un número interno para pedir un informe. De pronto suena su celular, su mujer le pregunta cómo se siente de salud por sus últimas dolencias.
Antes de cortar, él sugiere cenar un bife con papas fritas. Luego desparrama lentamente sobre la mesa un sobre con fotos de su padre, mayormente en blanco y negro, que atestiguan sus copiosas reuniones en la redacción y algunos viajes en Estados Unidos con organismos de prensa internacionales.
David aparece serio, elegante, con bigote y pelo entrecano, de aspecto bonachón.
David Kraiselburd era una de las máximas autoridades de la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA) y a su vez director de Noticias Argentinas (NA). Al año siguiente de su muerte, sería distinguido por la Universidad de Columbia con el prestigioso premio María Moors Cabot por su defensa de los valores democráticos.
Junto al empresario Jorge Fascetto, al momento de su secuestro estaba por lanzar El Diario Platense, un periódico de corte más popular, que años después su hijo Raúl rebautizaría como Diario Popular.
Para Montoneros, lejos de sus ideales anarquistas de antaño, Kraiselburd era considerado -según testimonios e investigaciones académicas de la época- como un “burgués liberal y antiperonista”, un “enemigo del pueblo” que operaba “al servicio del imperialismo” y que había apoyado la Revolución libertadora -lo acusaron por haberse quedado con un diario que Perón había entregado a los sindicatos-, pese a que la organización nunca sacó un comunicado ni se atribuyó el secuestro.
No casualmente varias organizaciones armadas a comienzos de los ´70 habían tenido a El Día en la mira, como el importante atentado de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) en unos galpones de papel que la empresa tenía en la periferia de La Plata.
Y los Kraiselburd estaban al tanto de los resonantes secuestros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) del dueño de Crónica, Héctor García, y del apoderado de Clarín, Bernardo Sofovich.
Tal vez por eso David había advertido seriamente a sus familiares. “Si llegan a secuestrarme, cero pago por el rescate”, les dijo y amplió: “Y si llegan a secuestrarlos a ustedes, tampoco”. Había dejado en el exterior, sin embargo, una cuenta bancaria que pasaría a nombre de uno de sus mejores amigos en el caso de que si llegara alguna vez a caer cautivo.
RK cree que su padre no quería mostrar una posición de debilidad. “Él estaba convencido de que si cedía un gramo de poder, las extorsiones iban a multiplicarse”, enfatiza, buscando las conexiones hacia el pasado para entender un secuestro que fue incorporado, junto a otros 45 asesinatos ocurridos en el período previo al golpe de Estado del ´76, en el fallo con el que la Justicia condenó a los jerarcas de las juntas militares en 1985.
RK sabe que la figura de David habita en el olvido, que su familia hizo bastante para que eso suceda -”nosotros olvidamos por dolor, total la justicia era imposible”- y que no le importa demasiado que la vicepresidenta, Victoria Villaruel, lo haya reivindicado como uno de los casos paradigmáticos del Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas, organismo por el cual se hizo conocida cuando era abogada.
Durante la última campaña electoral, en rigor, la candidata de la triunfante lista encabezada por Javier Milei, mostró en un programa de televisión la impactante y nunca vista imagen del cadáver de Kraiselburd boca arriba con el rostro desfigurado y cubierto de sangre.
“Este es el rostro de una persona que no tuvo justicia”, dijo entonces Villarruel.
“No la conozco ni me interesa el uso que hacen del nombre de mi padre en sus listas. Si bien nos han llamado para marchas y actos, nosotros hace tiempo que no queremos agitar nada, porque ya es algo que pasó y no tiene sentido seguir luchando”, aclara RK.
En las pocas notas que Raúl Kraiselburd dio a los medios sobre la muerte de su padre, había cuestionado la investigación policial y judicial. Ahora, después de 50 años, vuelve a ratificarlo y da algunos nuevos detalles, ciertamente reveladores.
“Nunca pensé en la venganza. Podría haber usado el diario como arma, y eso me lo advirtió un amigo, que me dijo que tenía mucho camino por delante. Cuidé a mi familia, y traté de trabajar la templanza”, reconoce, con un rapto de lucidez que no parece revelar gestos de cansancio en la noche invernal que se abate a su alrededor.
-¿Cómo entiende usted el secuestro y posterior muerte de David?
-Mi viejo en el diario venía muy duro con la Universidad de La Plata, y en ese terreno todo se empezó a extremar tanto con los grupos de ultraderecha peronista como los de la extrema izquierda, que confluyeron también en el peronismo -coincide con las aprensiones que el propio El Día informó en esos días, sospechando de secuestradores “extremistas-.
Mi viejo sacaba notas preguntándose si Montoneros era la nueva Tacuara y cosas por el estilo. Dos meses antes, el militante montonero y directivo de la Asociación de Trabajadores de la Universidad Nacional de La Plata (ATULP), Rodolfo Achem -que sería secuestrado por la Triple A el 8 de octubre de 1974 y posteriormente asesinado- llegó a la redacción y me dijo en la cara: ´Decile a tu viejo que se deje de hinchar las pelotas´.
Le ofrecieron la radio Universidad, entonces le dije a mi viejo: ´Por ahí te conviene agarrar, porque Achem es bravo. Pero no me hizo caso´. Achem era muy agresivo, en su grupo conocían a la perfección los movimientos de mi viejo, lo venían siguiendo. Es decir, no creo que Achem haya sido el que gatilló pero sí que estuvo involucrado.
De inmediato nosotros pusimos abogados, nos presentamos ante el juez Orsi que tomó acciones en la causa, y nos enteramos de que cuando lo mataron a David, quedó un tipo herido. Quisimos que lo protejan, que no sea un médico policial el que lo resguarde, pero enseguida nos notificaron que murió.
La justicia y la policía de esa época poco podían hacer, estaba todo muy podrido. Al poco tiempo supimos que el que murió había sido preceptor de un colegio universitario y militaba en Montoneros, estaba ahí haciendo guardia. Eran pibes, no los conocíamos como sí a Achem, eran de otra generación.
El sanjuanino Rodolfo Francisco “el Turco” Achem, había integrado el grupo fundador de la Federación Universitaria para la Revolución Nacional (FURN), la primera federación peronista en la UNLP, y era en ese momento directivo de ATULP.
Con otros compañeros había diseñado el documento “Bases para la nueva Universidad”, que promovía la participación de los trabajadores en las decisiones universitarias y los había enfrentado a El Día: David consideraba a los sectores juveniles del peronismo como una vertiente arrogante y autoritaria, y los enfrentaba metódicamente desde la tapa de su diario.
En esa disputa, el padre de Raúl se había recostado sobre gremios más conservadores como SOEME, conducido por su amigo Antonio Balcedo. El pico de máxima tensión se había alcanzado durante la campaña de pintadas callejeras de ATULP “El Día miente”, en 1972, y los atentados moldeados según las costumbres de época: piedras, tomates y algunas bombas Molotov. Con el tiempo, esa militancia de superficie había conducido a Achem a las filas de Montoneros.
En el velorio de David, acontecido en un cementerio judío, RK recuerda que había mucha gente. Acudieron Rodolfo Ghioldi, cuadro del Partido Comunista, funcionarios de ADEPA, el jefe radical Ricardo Balbín -del cual Raúl era amigo de uno de sus hijos, Enrique- y el por entonces gobernador bonaerense Victorio Calabró.
La madre los reunió a él y a su hermano Víctor. “Tu viejo era muchos tipos distintos, no podemos quedar bien con todos”, les dijo Toña Suñol, y entonces suspendió las oratorias. RK no quiso ver el cuerpo, sí lo hizo su hermano.
-¿Cómo se enteraron del secuestro, hubo algún tipo de negociación? Se habló, entre otras cosas, de que los secuestradores habían pedido montos abultados de rescate….
-No hubo ningún tipo de negociación. Mi viejo salió temprano de casa y avisó que volvía al mediodía, se iba caminando al diario sin custodia, así que fue facilísimo secuestrarlo. Llevaba unos papeles que investigaba la actitud de la aristocracia argentina en la Segunda Guerra Mundial, y los revoleó por el aire.
Una vecina reconoció los papeles por un membrete y ahí dijimos: ´cagamos´. La secuencia fue así: como no aparecía, un amigo de la familia fue a hacer la denuncia a la policía. La policía no hizo nada. Cinco o seis días después los secuestradores llamaron acá al diario, les digo: “¿Cómo van a llamar acá, están locos?”.
Les di el teléfono de un amigo golfista de mi padre, en Capital Federal. Ahí hablaron con mi hermano Víctor. Pero todo cambió cuando murió Perón, ahí los secuestradores se dispersaron.
Acá en La Plata empezó la guerra a los tiros, con Calabró, con Tacuara, CNU, la UOM, Montoneros. Perón rompió con los Montoneros cuando ellos reconocieron el asesinato de José Ignacio Rucci. Pero antes los Montoneros se terminaron distrayendo, y el secuestro de mi viejo terminó siendo muy improvisado.
“Andá disponiendo de plata. Prepárense, que esto no va a ser barato”, dice RK que le dijeron los secuestradores a Víctor. “Denos unos días”, respondió secamente Víctor. No llamaron más. RK afirma que ni llegaron a pedir una cifra.
Se conoció tiempo después que David estuvo cautivo en una carpa dentro de una habitación de la casa, cercada precariamente por un alambre de púa. Estaba ubicada en una zona residencial poblada de quintas de fin de semana.
De acuerdo a la pesquisa policial, los vecinos habían advertido sobre movimientos raros días antes de que llevaran a David a ese lugar. Los Kraiselburd no hicieron pública ninguna denuncia hasta contactarse con los secuestradores y tener una precisión más concreta sobre su estado de salud.
“Los Montoneros lo matan a mi viejo cuando va la policía”, afirma RK, de acuerdo a su hipótesis. Y cierra: “Nunca quisimos buscar más justicia, porque nos cerró siempre esa versión”.
En la noche del miércoles 17 de julio de 1974, en la puerta de la casa de Gonnet, alguien golpeó las palmas y hubo un instante de zozobra. Tiempo después los secuestradores reaccionaron con las primeras detonaciones desde adentro.
Después de una búsqueda de días, la policía había encontrado al fin el escondite donde un grupo montonero había retenido al director del diario El Día. Hubo un cruce de disparos en un feroz tiroteo.
Un grupo de policías buscó refuerzos en la seccional cercana, mientras otro lanzó unas granadas de gas lacrimógeno y se abalanzó sobre la casa tirando la puerta principal. Varios secuestradores huyeron por el patio mientras en el suelo se desgarraba uno de ellos con disparos en el cuerpo, más tarde identificado como Carlos Starita, de 22 años, hijo de un oficial de la Armada, preceptor del Liceo Víctor Mercante, militante de la Juventud Universitaria Peronista (JUP) y de Montoneros. A los que escaparon por el patio nunca más se les supo el rastro.
El cadáver de David yacía en la carpa alrededor de un charco rojo.
Su camiseta blanca y el pantalón azul, que su familia le había visto puestas cuando salió de la casa rumbo al diario estaban empapadas de sangre. Dentro del chalet fueron hallados volantes pertenecientes a Montoneros y a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), así también como equipos de comunicación y explosivos.
En un terreno cercano fueron encontradas armas de calibre grueso, fusiles y carabinas. Lo que despertó la curiosidad de los investigadores fue un cartel precario con cinta adhesiva en la pared. Decía: “Si cae la cana, hay que matar al sopre”.
Aunque el relato oficial nunca fue cuestionado -incluso por los familiares-, en la militancia revolucionaria platense de los ´70 hay quienes aún hoy lo cuestionan y suelen dar otra versión. Plantean que, en medio del desconcierto de la balacera, los policías que irrumpieron en el allanamiento se convirtieron en los ejecutores de David.
A juzgar por los resultados de la autopsia, las heridas encontradas en su cuerpo fueron provocadas por cinco disparos de una pistola automática, coincidente con la que portaba Carlos Starita, según reconstruyeron los investigadores.
En algunos libros clásicos de aquella época, como en La Voluntad, de Anguita y Caparrós, en el tomo II se escribe lo siguiente: “Los Montoneros lo tenían en una casa alquilada en Gonnet y estaban negociando un rescate: cuando la policía rodeó el lugar, hubo un tiroteo y Kraiselburd cayó muerto: nunca quedó claro quién lo había matado. Uno de sus guardianes, Carlos Starita, cayó herido: la policía lo agarró y se lo llevó a un hospital donde murió cuatro días después”.
-¿Cómo recuerda que fue el día a día de su familia en el casi mes de secuestro de su padre?
-Estábamos muy angustiados, sobre todo mi madre. Mi vieja, poco antes del hecho, tuvo una premonición: “Va a correr mucha sangre. David, en este país. Mientras no sea la tuya…”. Mi viejo siempre fue inclaudicable con que no iba a pagar rescate ni por él ni por nadie de nosotros, porque intuía que podían secuestrarnos.
Cuando volvió Perón a Argentina, él dijo “¿Y ahora…? Ahora se van a pelear todos por su liderazgo”. Siempre creyó que el peronismo era una especie de fascismo criollo. Él cumplió con su manera de pensar, sabía de los riesgos de sus posiciones editoriales.
-Y usted tenía 30 años, ¿de qué modo ocultaba la angustia para poner el cuerpo a la empresa?
-No sé, no pensaba en los riesgos sobre mí. Sangre fría, supongo. Después de la muerte de mi viejo, sacamos a las mujeres del país, vivíamos en un departamento en la terraza del diario e íbamos a casa de amigos. Estaba preocupado.
Quedé envuelto en esto, esta es mi vida. Si lo pienso ahora, no había tiempo de parar, en el medio sacamos el Diario Popular porque no podíamos frenar, era impensado dar el brazo a torcer. Lo que sí recuerdo es que estaba por lanzar una revista, pero fue lo único que tuve que dar de baja. Fue el único impasse.
En notas aniversarios que salieron en El Día, a David lo rescataron como un humanista que fue asesinado “en la lucha por preservar el derecho al disenso y el pluralismo, que estaban amenazados en su querida Universidad La Plata y en el país entero, por la acción de grupos sectarios que habían demostrado claramente su decisión de destruir a todos aquellos que se interpusieran en la realización de sus designios”.
Así, la figura de David, formada en los principios de la Reforma Universitaria, se la asoció a una “acérrima” defensa de la democracia, como cuando publicó las proclamas golpistas días antes del derrocamiento del presidente Arturo Illia, en 1963: ningún editor había querido hacerlo.
O como cuando de adolescente, en el Colegio Nacional, manifestó su rechazo a la ejecución de Sacco y Vanzetti, condenados sin pruebas en los Estados Unidos. Nacido en 1912, en el Nacional había tenido como profesores a Martínez Estrada, Henríquez Ureña y tuvo amigos como Aquiles Martínez Civelli, ex vicerrector de la Universidad Nacional de La Plata.
Ahora Raúl se pone de pie para enseñar la bandera de Ucrania, que flamea en su balcón desde la “invasión” de Rusia -”por honor a nuestra descendencia”-, y luego se ubica en otro rincón del antiguo despacho, en un cuadro de su padre con el logo de Noticias Argentinas.
El orgullo de la sangre, el culto a los antepasados. “Mi viejo protegió a mucha gente que incluso estaba en las antípodas de su pensamiento, en una quinta que teníamos en Villa Elisa. Ahí estuvo, por ejemplo, Floreal Ferrara. Ferrara se había hecho muy militante de Montoneros".
"Mi hermano fue a preguntarle si podía hacer algo. ´No puedo hacer nada. Mirá que le dije a tu viejo… qué pelotudo, que no se metiera con la Universidad´, le respondió Ferrara. Después leí que la mujer de Ferrara dijo que a mi viejo no lo iban soltar nunca porque mi familia era muy tacaña. Eso no sé de dónde lo sacó”.
Entre sombras y leyendas, la voz de RK retumba solitaria: apenas queda la secretaria en la oficina lindera. Testigo de la de su padre, del cual se cumple medio siglo de su asesinato en aquel país turbulento, RK se despide sin estridencias con una rápida estrechez de mano.
Consciente de que quizás en los últimos tiempos nació dentro de él una imperiosa necesidad por contar lo que había guardado bajo los secretos del clan, la mirada chispea disimulando un dolor que todavía atraviesa a su familia, protagonista del periodismo, el poder y la política en gran parte de la trama de la historia contemporánea argentina.
“¿Sabés que nací en Paraguay de casualidad? Justo mi viejo se fue había ido para allá en uno de sus tantos exilios. Pero después registraron mi nacimiento en La Plata, ¿esas cosas curiosas del destino, no?”, suelta, bromeando sobre sí mismo.
Con pasos ligeros caminando hacia el encuentro con su secretaria, entonces, esboza una breve risa desterrando todo drama y haciendo gala de esa perspicacia suya de hablar bajito, vuelve a dejar un enigma abierto tras su estela, la que pocos habitantes de la ciudad conocen más allá de que han sido paridos por su diario.
A RK le gusta cada tanto sacar un conejo de la galera, como haciéndose el distraído, y desviar la atención repentinamente. -Nada que ver con mi viejo, pero…. ¿sabías que el Diario Popular me lo quiso comprar Alfredo Yabrán? Quería instalarse con todo en los ´90 en Buenos Aires… bueno, pero eso es para otra novela.