Nancy “Nannie Doss” Hazle miró con avidez el ejemplar de la revista Romantic Hearts (Corazones Románticos) que uno de los detectives de la policía de Tulsa, Oklahoma, tenía entre sus manos. El hombre acababa de quitárselo para llamarle la atención, porque en lugar de hablar de sus crímenes, como había prometido, la mujer – una corpulenta señora de 50 años a quien rara vez se le borraba la sonrisa – se había puesto a leer el correo de lectores, allí donde los corazones solitarios publicaban avisos para conseguir pareja.
Corría noviembre de 1954 y “Nannie”, como se la conocía, estaba detenida como sospechosa del asesinato de su quinto marido, Samuel Doss, muerto después de comer una tarta de ciruelas secas con arsénico.
—Sea amable, devuélvame la revista – le pidió Nannie al policía.
—Antes tiene que contarnos todo – le respondió el detective.
—¿Si les cuento, me la devolverán?
—Sí, es una promesa.
Nannie se acomodó los anteojos, tomó aire y empezó a hablar. Durante la hora siguiente no se detuvo. Confesó la muerte del bueno de Doss –un hombre que la adoraba, lo describió – y la de sus tres de sus cuatro maridos anteriores. También dijo que había matado a su suegra, que había tenido la mala ocurrencia de ir a vivir con ella cuando estaba casada con su cuarto marido, y ahí se plantó. De sus hijas y una de sus nietas no dijo nada, pero pronto también se le probarían esas muertes. Otras tres muertes, en cambio, quedarían para siempre envueltas en el manto de la sospecha.
Entre 1927 y 1954, la romántica y sonriente Nannie entre ocho y once personas, todas ellas miembros de sus sucesivas familias, sin que nadie la descubriera. A medida que los casos salían a la luz, la prensa comenzó a llamarla “La abuela risueña”, “La asesina de los corazones solitarios”, “The self made widow” (la viuda que se hizo a sí misma), “Lady Barbazul” y, por supuesto, “La viuda negra”.
Cuando Nannie terminó de confesar, el detective le devolvió la revista.
Nancy Hazle nació el 4 de noviembre de 1905 en Blue Mountain, Alabama. Era la mayor de los hijos del matrimonio formado por James y Lourdes Hazle. Contaría muchos años después que tuvo una infancia bastante desgraciada ya que su padre era un hombre muy estricto y un fanático religioso. Además, James no quería que sus hijos fuesen a la escuela para que lo ayudaran en el trabajo de la granja familiar. Por eso, Nannie apenas aprendió a leer y escribir.
A los 15 años empezó a trabajar en una fábrica textil. Con parte de su sueldo se compraba maquillaje y revistas del corazón, que leía a escondidas, porque en su casa estaban prohibidas porque eran instrumento del demonio.
En el trabajo conoció y se enamoró de Charles Braggs, un joven de 20 años que vivía con su madre soltera. Se casaron en 1921 y, entre 1923 y 1927 tuvieron cuatro hijas, cuando ya el amor –contaría Nannie después – ya se había terminado.
Para entonces, aunque bajo el mismo techo, Nannie y Charles vivían cada uno su propia vida, lo que incluía borracheras e infidelidades de ambas partes.
El final llegó en los últimos meses de 1927, cuando en apenas dos semanas, murieron dos de las cuatro hijas del matrimonio. En el hospital, los médicos dictaminaron que las dos niñas habían fallecido por intoxicaciones alimentarias.
Charles diría muchos años después –cuando se conocieron los crímenes de Nannie– que siempre sospechó que su mujer había matado a las dos niñas con veneno. Tal vez por eso se fue, llevándose a la hija mayor, Melvina. No pudo llevarse a la menor, Florine, tenía apenas cuatro meses y Nannie la estaba amamantando.
Al año siguiente Charles pidió el divorcio. Cuando en 1955 se conoció toda la historia criminal de Nancy Hazle, la prensa lo bautizó “Lucky Charles”, el único marido que se salvó de ser asesinado.
“Me fui y me divorcié porque Nancy me daba miedo”, dijo en una entrevista.
Nannie conoció a su segundo marido, Frank Harrelson, un albañil de 23 años, alcohólico y con antecedentes de violación, a través de las páginas de contactos de una revista del corazón. Se casaron en 1929 y se radicaron en Aniston, Alabama.
Allí seguían viviendo, aunque su vida era una pelea sin interrupciones, en 1943, cuando Melvina, la hija mayor de Nannie, embarazada de ocho meses, le pidió que la dejara ir a vivir con ellos porque se había separado de su marido.
El bebé, un varón, nació un mes después. Agotada por el trabajo de parto y todavía bajo los efectos de la anestesia –le habían dado éter etílico– Melvina creyó ver desde la cama como su madre le clavaba un alfiler en la cabeza al recién nacido. Nunca estuvo segura de si realmente lo había visto o fue una pesadilla, pero lo cierto es que el bebé, que no llegó a tener nombre, murió en los brazos de su abuela. El certificado de defunción dijo “muerte súbita”.
A pesar de sus sospechas, Melvina se quedó a vivir con Nannie. No quiso irse porque había conocido a un soldado. Poco después quedó nuevamente embarazada y en 1945 tuvo otro varón. Para entonces, la relación de Melvina con su madre era insostenible y decidió ir a visitar a Charles, su padre, para preguntarle si podía ir a vivir con él. Dejó el bebé al cuidado de Nannie, que parecía adorarlo.
Abuela y nieto estaban solos en la casa el 7 de julio de 1945 cuando el bebé, al que habían bautizado Robert, murió por asfixia, aparentemente causada al darse vuelta en la cama y quedar su cabecita debajo de la almohada.
Como la manera en que había muerto el pequeño Robert no estaba del todo clara se hizo una autopsia. “Asfixia por causas no determinadas”, dijo el informe del forense.
A nadie le llamó la atención que un mes después de la muerte, Nannie cobrara un seguro de vida de 500 dólares que le había sacado a Robert y la tenía como única beneficiaria.
Frank, el segundo marido de Nannie, duraría apenas un mes más. En agosto de 1945, a pesar de llevarse pésimo, salieron a festejar juntos la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial. Esa noche bebieron en exceso y al día siguiente Frank amaneció muerto.
Frank fue enterrado sin que nadie sospechara algo extraño en su muerte. Diez años más tarde, en su confesión frente a los detectives de la policía de Tulsa, Nannie contó la verdad:
“Esa noche me violó y después de hacerlo me pidió que le trajera la botella de whisky que había quedado en la cocina. Se la llevé, pero antes le puse veneno para ratas. Murió retorciéndose”, relató.
Un mes después de la muerte de Frank, Nannie cobró otro seguro de vida, también por 500 dólares.
La flamante viuda se fue a vivir a Lexington, Carolina del Norte, donde conoció a Arlie Lanning. Otra vez fue por la página de contactos de una revista del corazón. El hombre era también viudo y estuvieron un par de meses carteándose hasta que se encontraron personalmente. Se casaron tres días después de esa primera cita
La pareja parecía llevar una vida feliz y Nannie se mostraba en público muy cariñosa con su marido. Los vecinos la tenían por una mujer afable, siempre sonriente y dispuesta a ayudar. Su única rareza era que, cada tanto, se ausentaba de la casa durante varios días. “Va a visitar a su hija”, decía su marido.
Aunque Arlie nunca había tenido problemas de salud, murió de una presunta insuficiencia cardíaca en 1952, cuando llevaba dos años de casado con Nannie.
La llorosa viuda lo enterró y un mes después la casa que habían compartido –propiedad del bueno de Arlie– se incendió. Sólo quedaron los cimientos… y un seguro contra incendios a nombre de Nannie.
Como había quedado sin techo, se fue a vivir con su hermana Dovie, que estaba postrada por una enfermedad. La pobre Dovie murió dos semanas después de la llegada de Nannie. Como estaba enferma, nadie sospecho que pudiera haber algo extraño en su defunción.
Con otro marido muerto en su haber, Nannie se unió al Círculo de Diamantes, un club de solos y solas que buscaban pareja y allí conoció a Richard Montorn, un empresario de Emporia, Kansas.
Se casaron a finales de 1952 y un en enero de 1953 Richard tuvo la mala idea de invitar a su madre, Louise, a vivir con ellos. Cuando la suegra apareció en la casa de la noche a la mañana, Nannie se sorprendió. Richard ni siquiera había tenido la cortesía de avisarle que quería vivir con su mamá.
Louise murió repentinamente a fines de enero de 1953, cuando llevaba apenas 15 días viviendo con Richard y Nannie. “Muerte natural”, dijo el certificado de defunción. “La envenené con veneno de ratas en la comida”, les contaría Nannie a los detectives de Tulsa menos de tres años más tarde.
El señor Morton sobrevivió cuatro meses después que su madre. Murió mientras dormía el 19 de mayo de 1953.
“Muerte natural”, volvió a decir el certificado de defunción.
Morton recién había muerto cuando ya Nannie estaba nuevamente escribiendo a las páginas de contactos de una revista del corazón. Así conoció a Samuel Doos, un empresario abstemio y de fuertes convicciones religiosas que vivía en Tulsa.
Se casaron en julio de 1953 y apenas dos meses después Samuel fue internado de urgencia en el hospital, con síntomas parecidos a la de la gripe y una fiebre muy alta. Cuando lo revisó, el médico diagnosticó una infección severa en el tracto digestivo. Estaba grave.
Doos pasó un mes en el hospital y Nannie no se despegó de su lado, salvo para ir a dormir a la casa por las noches. Se la vio feliz cuando finalmente los médicos le dieron el alta a Samuel. Había que celebrar.
Esa misma noche, la del 5 de octubre de 1953, Nannie le preparó a Samuel una rica comida –muy diferente a los platos insulsos que le daban en el hospital– y de postre una tarta de ciruelas secas. El hombre se dio un verdadero atracón y murió pocas horas después. Mientras dormía, dijo Nannie.
Al día siguiente, la viuda dedicó buena parte de su tiempo a preparar el servicio fúnebre de su difunto marido, pero se hizo un rato a la tarde para iniciar los trámites de los dos seguros de vida que Samuel había contratado y que la tenían como única beneficiaria.
Fue una movida apresurada. Samuel tenía desde hacía años un médico de cabecera que, además era su amigo. Y el hombre sospechó. A través de un abogado, consiguió que un juez ordenara la autopsia de Samuel. Los forenses encontraron en su organismo una cantidad de arsénico suficiente para matar a cinco Samueles juntos.
Nannie fue detenida en su casa. Los detectives no quisieron esposar a esa señora simpática que los recibió con una sonrisa, no se resistió a acompañarlos y a último momento les pidió permiso para llevar con ella el último número de Romantic Hearts que estaba sobre la mesa del living.
Cuando Nannie terminó de hablar y tuvo nuevamente la revista en sus manos, los detectives también debieron usar las suyas para contar la cantidad de muertes que había confesado esa mujer tan simpática.
Fue juzgada y condenada a morir en la silla eléctrica por el asesinato de Samuel Doos en el Estado de Oklahoma. Frente al tribunal, nunca perdió la sonrisa. Las pericias psiquiátricas la declararon “legalmente cuerda”. Sin embargo, un tribunal superior le conmutó la pena y la reemplazó por cadena perpetua.
Mientras la juzgaban en Oklahoma fue acusada también de asesinato en Carolina del Norte, Florida y Alabama, pero cuando se conoció la condena a muerte, las fiscalías de esos tres estados suspendieron los procesos. Después de todo, una persona solamente puede ser ejecutada una vez.
Fue enviada a la prisión de McAlester, en Tulsa, donde aceptó recibir a un periodista.
?¿Cómo es la vida en la cárcel? – le preguntó el cronista.
?Me llevo bien con todos, pero hay algo que me duele – respondió. Solamente me dejan trabajar en la lavandería. Soy buena cocinera y pedí varias veces que me dejaran trabajar en la cocina, pero siempre me lo niegan… Creo que temen que envenene a alguien.
Nannie Doss murió de leucemia el 2 de junio de 1965, cuando llevaba diez años presa, y fue enterrada en Oak Hill Memorial Park en McAlester, Oklahoma. Su tumba es una de las curiosidades del lugar.