James Hamblin, médico especializado en medicina preventiva y profesor en la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Yale, tomó en 2015 una decisión que desafía las normas sociales modernas: dejó de ducharse. Esta elección no fue un simple experimento excéntrico, sino una investigación profunda sobre los efectos de la higiene mínima en la salud de la piel y el bienestar general.
A sus 40 años, Hamblin decidió explorar cómo las prácticas de higiene modernas afectan nuestra salud. “Me encuentro perfectamente bien. Te acostumbras. Me siento normal”, afirma el profesor, quien ha reducido su limpieza corporal al uso exclusivo de jabón de manos. Su enfoque se centra en permitir que el cuerpo alcance un equilibrio natural con los aceites y microbios presentes en la piel. Según el médico, al reducir el uso de productos de higiene agresivos, el cuerpo ajusta su producción de aceite y mantiene un entorno microbiano más estable y saludable.
En su libro “Clean: The new science of skin and the beauty of doing less” (“Limpio: la nueva ciencia de la piel y la belleza de hacer menos”), lanzado en 2020, Hamblin presenta un estudio sobre limpieza, piel y salud en sus primeros cinco años sin bañarse. El experto describe cómo su piel se ha adaptado y ha dejado de volverse grasienta. Este equilibrio se alcanza al evitar los jabones fuertes que eliminan los aceites naturales de la piel, los cuales son reemplazados por el cuerpo de manera natural cuando se permite que su microbioma florezca sin interrupciones químicas. “Se alcanza un estado equilibrado con los aceites que tu piel está segregando, los microbios que viven en tu piel, todo el entorno es menos volátil”, explica.
Hamblin sostiene que el olor corporal no es necesariamente un indicador de suciedad, sino de desequilibrio microbiano. Explica que el olor es producido por bacterias que se alimentan de las secreciones oleosas del sudor y las glándulas sebáceas. “Cuando aplicamos productos de higiene, alteramos el equilibrio natural de estos microbios, lo que puede favorecer a aquellos que generan malos olores”.
El cambio de Hamblin no fue abrupto, sino un proceso gradual que implicó reducir paulatinamente el uso de productos de higiene. Inicialmente, comenzó por espaciar las duchas y reducir la cantidad de jabón, champú y otros productos de cuidado personal. Este enfoque progresivo permitió a su cuerpo adaptarse lentamente, minimizando la sensación de incomodidad y los olores corporales.
A medida que su cuerpo se acostumbraba a la menor frecuencia de duchas, notó que su piel y cabello se volvieron menos grasientos y más equilibrados.
El cuasi hippie profesor cuestiona la frecuencia con la que nos duchamos, mencionando que hasta hace poco, la mayoría de la población no tenía acceso a agua corriente y que la práctica de bañarse a diario era más común entre la realeza. Actualmente, la producción masiva de productos de higiene y la tecnología de secuenciación de ADN nos han permitido entender mejor el microbioma de la piel, lo cual sugiere que no todos los microbios son dañinos. “Los microbios en nuestra piel son tan importantes para su apariencia y para nuestra salud como lo es el microbiota intestinal para el sistema digestivo”, destaca.
A lo largo de la historia, la percepción de estar limpio ha cambiado. “Durante la mayor parte de nuestra historia, tuvimos olores que fueron parte de cómo nos comunicábamos con otras personas”, explica Hamblin. Sin embargo, la industria actual promueve una idea de limpieza que muchas veces implica el uso excesivo de productos.
Hamblin no abandonó completamente la higiene personal. Adaptó su rutina para mantener la limpieza de una manera que considera más natural y sostenible:
Lavado de manos: Continúa lavándose las manos con jabón, una práctica esencial para prevenir enfermedades y mantener la higiene básica.