Redes sociales y salud mental: ¿Prohibición o educación digital?
El incremento del tiempo que los adolescentes pasan en redes sociales ha encendido las alarmas en todo el mundo debido a su impacto negativo en la salud mental. Australia marcó un precedente al aprobar una ley que prohibirá el acceso a estas plataformas para menores de 16 años, pero ¿es esta una solución real o solo un paliativo?
Diversos estudios han demostrado que el uso excesivo de redes sociales aumenta el riesgo de ansiedad, depresión y otros problemas de salud mental en los adolescentes, cuyo cerebro aún está en desarrollo. Sin embargo, expertos como la psicóloga Florencia Alfie y la pediatra Evangelina Cueto coinciden en que una prohibición total, aunque puede tener beneficios inmediatos, no aborda las raíces del problema.
La adicción a las pantallas —o pantallismo— es un fenómeno creciente que afecta tanto las relaciones sociales como la salud física y emocional de los jóvenes. Pero culpar exclusivamente a las redes sociales parece simplista en una sociedad que también enfrenta desafíos estructurales como la falta de redes comunitarias sólidas y la creciente cultura del individualismo.
Los especialistas resaltan que el verdadero cambio requiere un enfoque integral. Más allá de limitar el tiempo frente a las pantallas, es esencial promover hábitos digitales saludables, supervisión parental y una educación que enseñe a los jóvenes a manejar la tecnología de manera crítica y responsable.
Cueto lo resume con claridad: “Prohibir no educa; regular abre puertas para un futuro más humano”. En un mundo digital cada vez más complejo, la clave está en encontrar un equilibrio: garantizar la seguridad sin desconectar a las nuevas generaciones de las herramientas que moldean su realidad.
Proteger a los adolescentes del impacto negativo de las redes no debe implicar aislarlos, sino empoderarlos para navegar en un entorno digital con criterio. Esto implica un compromiso conjunto de familias, educadores y gobiernos, quienes deben trabajar en estrategias que integren la dimensión tecnológica sin descuidar la importancia de las relaciones humanas y el desarrollo emocional.
La pregunta ya no es si prohibir o no, sino cómo construir un entorno digital que sea tanto seguro como enriquecedor para los jóvenes.