El viernes 17 de marzo de 2000 quedó marcado como uno de los días más oscuros en la historia de Uganda, especialmente en el distrito de Kanungu, donde se desencadenó una tragedia que dejó cicatrices imborrables en la memoria colectiva del país. Los eventos que tuvieron lugar en el templo del Movimiento para la Restauración de los Diez Mandamientos de Dios conmocionaron a la nación y al mundo entero.
Veinte años después, Anna Kabeireho, una testigo de los horrores de aquel día fatídico, todavía recuerda vívidamente el humo, el hollín y el olor a carne quemada que impregnaron el aire. Más de 800 personas perecieron en el incendio que consumió el templo, con muchos de ellos siendo niños inocentes. Lo que inicialmente se creyó como un suicidio colectivo en nombre de una profecía apocalíptica, pronto reveló indicios de una matanza planificada.
Los líderes del Movimiento, Joseph Kibweteere y Credonia Mwerinde, desaparecieron misteriosamente, dejando atrás un rastro de destrucción y muerte. A medida que avanzaba la investigación, se descubrieron más cadáveres en otras propiedades del Movimiento, revelando una red de asesinatos y encubrimientos que estremeció a la sociedad ugandesa.
El Movimiento para la Restauración de los Diez Mandamientos de Dios, fundado por Kibweteere y Mwerinde en la década de 1980, atrajo a miles de seguidores con sus enseñanzas radicales y su profecía del fin del mundo. La rigidez en la interpretación de los Diez Mandamientos y las prácticas extremas, como el ayuno regular y la prohibición del sexo, marcaron la vida de los adeptos.
El fracaso de la profecía del Apocalipsis el 31 de diciembre de 1999 sumió al Movimiento en una crisis interna, que culminó en la tragedia del 17 de marzo de 2000. La promesa de una nueva fecha para el fin del mundo llevó a cientos de fieles a un destino fatal, atrapados en un templo sellado mientras las llamas devoraban sus vidas.
A pesar de los esfuerzos de la policía por encontrar a los líderes fugitivos y esclarecer completamente los eventos que llevaron a la masacre, Kibweteere y Mwerinde permanecen en paradero desconocido, evadiendo la justicia. La búsqueda de la verdad sobre lo ocurrido en Kanungu continúa, pero la cicatriz dejada por esta tragedia sigue siendo una advertencia sobre los peligros de la manipulación y el fanatismo en nombre de la religión.
Veinte y cuatro años después, Uganda y el mundo aún recuerdan con horror la masacre del Movimiento para la Restauración de los Diez Mandamientos de Dios, un recordatorio sombrío de los peligros del extremismo religioso y la vulnerabilidad de aquellos que buscan esperanza en tiempos de desesperación.