Cuando una historia está bien contada, emociona por más mínima que parezca. Aunque no le resulte cercana al lector. Aunque sea la tarde más calurosa del año, con una sensación térmica de 47°C y no dan ganas de leer. Cuando se pone el corazón en el relato, es imposible no cautivar. Y si además está bien redactado, el placer de emocionarse es inevitable y maravilloso.
p>Al mediodía de este sábado agobiante, la titular del ANSES, Fernanda Raverta, escribió en su cuenta de Facebook una despedida a su vecina "Nina", con una destreza técnica admirable y llena de sentimientos. La belleza literaria y afectiva de Raverta era sin dudas una virtud desconocida en la personalidad de la funcionaria que controla el presupuesto más importante del país y que se perfila como la mujer con más futuro político dentro del peronismo vernáculo.
Está bueno ir conociéndola, porque hay quienes aseguran que podría ser la carta en la manga de Cristina para suceder al actual Presidente Alberto Fernández en 2023. Está bueno saber cuáles son las virtudes técnicas (conduce el ANSES con iniciativa, orden y mucha idoneidad). Pero también es muy bueno saber cómo son en su vida personal y emocional los dirigentes que algún día podrían sentarse en el sillón de Rivadavia.
Cuando llegué a mi barrio, Villa Primera, en el año 2005, mis hijas eran muy chiquitas.
Como corresponde a quienes creemos que entre vecinos compartimos, nos cuidamos y convivimos en la cotidianidad de las vidas familiares, fui a tocarle el timbre a mi vecina de al lado.
Nina.
Desde el primer día conversamos mucho. Me contaba muy orgullosa su historia, de joven quería estudiar, pero su papá no estaba de acuerdo porque no era cosa de mujeres, se casó con Publio con quién formo una familia. Se construyeron la casa cuando en el barrio había más manzanos que casas y una loma. Amo imaginar mi barrio en esa postal.
Tuvieron un hijo, uno solo. Que “desde chiquito le pedí que para tranquilidad de la familia no se metiera en la droga, ni en la política”. Ay Nina!! Le contesté enseguida en nuestra primera charla de presentación: “yo soy militante política”. Al instante su respuesta: -no importa, vamos a ser amigas igual. Y me abrazó, con esa incomodidad propia de quienes no tienen naturalizado el hábito de abrazar desconocidos.
Al día siguiente nos volvimos a encontrar en la vereda, Nina barría las hojas de nuestros árboles, y me contó sobre la calidad de la carne de Cacho, la carnicería de la esquina, del almacén de Juancito, de la panadería que queda a la vuelta, “La nueva era”, riquísimas tartas de frutillas, me planteó una hoja de ruta doméstica, que confieso, hasta hoy no he abandonado.Y me contó sobre su profesión, esa que resolvió cuando ya su padre no estaba, pedicura, y lo que más disfrutaba era hablar con las clientas.
Al otro día vereda nuevamente, Nina barre las hojas y la historia de su hijo, su taller de carpintería que queda a poquitas cuadras, su amigo que vive de la esquina un poquito, también el único hijo de su vecina, con quien compartió el verlos crecer y formar sus familias.
Y al otro día, sus nietos, y muchos días, meses, años y muchas montañitas de hojas, su primera bisnieta, y así…
Publio marchó, y Nina cada fin de semana (cuando vuelvo a casa) me lo contó como una novedad, casi como que reeditar la noticia le permitía pensar que había sido esa semana, hace muy poquito, casi como si no hubiera ocurrido…
Muchas tardes, muchas charlas de veredas, muchas hojas de las cuatro estaciones, hojas aún en primavera.
Cuando la pandemia me obligó a no volver a mi casa durante muchos meses seguidos, una noche me desvelé pensando en ella. ¿Tal vez no me despedí?
Y en cuanto pude volver a casa retomé las conversaciones de vereda y todo volvió a la normalidad, o por lo menos a una nueva. Nina me confundía con mis hijas, reconozco que no me incomodaba ni un poquito, casi les diría que me gustaba, un poco por amor y orgullo, otro poco por vanidad…
Hace poquitos días Nina encontró otro lugar, y sólo quiero pensar que será uno bello, luminoso, cargado de veredas, donde siempre sea otoño.
Gracias Nina, fue hermoso ser tu vecina.