En la guerra de Malvinas, que transcurrió entre el 2 de abril y el 14 de junio de 1982, murieron 650 combatientes argentinos. Naturalmente, en esas cifras no figuran los perros caídos en combate o desaparecidos en las islas.
p>Los canes muertos en la guerra, hasta donde se sabe, fueron tres, todos del bando argentino, porque del lado inglés, no hubo animales que integraran la Fuerza de Tareas Británica.Dos de estos sabuesos pertenecían a la Agrupación Perros de Guerra de la Infantería de Marina y, de acuerdo con la nómina del Batallón de Seguridad de la Armada Argentina, fueron parte de un grupo de 18 pastores de distinto pelaje adiestrados para cumplir misiones tácticas.
Pero el tercer perro caído en el enfrentamiento entre la Argentina y el Reino Unido no fue un can militar, no tenía pedigree ni había sido entrenado para la batalla. Este último héroe fue un callejero sin raza que viajó como polizón a las islas escondido entre los soldados del Grupo de Artillería 101 del Ejército Argentino, al que bautizaron Tom.
La historia de Tom, cuyo nombre corresponde a las iniciales “Teatro de Operaciones Malvinas”, fue relatada por el Veterano de la Guerra de Malvinas (VGM) Omar Alberto Liborio, con un sentimiento tan profundo que desde que se publicó en los primeros blogs de principios de los años 2000, en cada aniversario vuelve a viralizarse con mayor fuerza.
Finalizado el enfrentamiento bélico, la mayoría de los canes militares recibió reconocimientos, condecoraciones y hasta monumentos, y este texto pretende rendirle un pequeño homenaje a los mejores amigos del soldado.
La pequeña guarnición militar inglesa que defendía las islas antes del desembarco argentino del 2 de abril de 1982 no contaba con perros de seguridad, y la flota naval que se dispuso a recuperar el archipiélago tampoco los llevó, confirmó a este cronista Fran Biggs, histórica integrante del staff del diario local Penguin News.
La situación es muy distinta hoy día, cuando las fuerzas armadas británicas realizan maniobras militares en las islas con soldados y perros de combate transportados en helicópteros Chinook de la Real Fuerza Aérea (RAF).
Todavía más, en 2013 el Reino Unido reconvirtió el viejo asilo canino creado después de la guerra y construyó un nuevo sitio para albergar a 22 perros tácticos, elementales para realizar patrullajes en el campo, detectar explosivos tanto en el puerto como en el aeropuerto, y buscar personas.
A la luz de la historia, la incorporación de perros de combate al servicio británico en Malvinas quizá haya sido una enseñanza que les dejó la guerra.
La Sección Perros de Guerra de la Armada Argentina tenía la misión de brindar seguridad en Puerto Argentino, detectar infiltraciones del enemigo y alertar sobre posibles sabotajes.
Estaba integrada por 18 sabuesos con sus soldados guías y arribaron a Malvinas a bordo del ARA “Bahía Buen Suceso” el domingo 11 de abril de 1982, al mando del Teniente de Fragata infante de Marina, Miguel Alberto Paz, de acuerdo con la información publicada por el sitio oficial de la Marina.
“Desde su llegada y hasta que fueron al campo de prisioneros finalizada la guerra, la Sección de Perros de Guerra en Malvinas efectuó tareas de seguridad” y funcionó como “apoyo logístico a las tropas de primera línea”.
De esta sección hubo dos canes caídos en combate; en realidad, se los reconoce como desaparecidos en acción y se llamaban Negro y Ñaro. De acuerdo con fuentes navales, tanto sus cuerpos como sus collares jamás aparecieron y se los presume muertos, por más que algún deseo romántico pudiera imaginarlos asilvestrados por los campos de las islas, luego de haberse desorientado por el feroz estruendo de las bombas.
Como publicó la revista Soldados en 2010, hubo una versión “nunca confirmada, que señala que un oficial británico se quedó con uno de ellos. Por lo menos esa era la esperanza de la Sección”.
Hubo actuaciones destacadas que tuvieron finales felices, como la de los perros de combate Vogel y Xuavia. El primero fue el primer can de guerra condecorado por su accionar en combate.
Xuavia, por su parte, una ovejera alemana cuyo guía fue el soldado clase 62 Carlos Silvas, participó de varias misiones durante los combates en los alrededores de Puerto Argentino y una de ellas se ha transmitido año tras año como un ejemplo de amistad irrenunciable con los camaradas en lucha.
La noche del 13 de junio de 1982, horas antes de la rendición argentina, Xuavia se separó del grupo de soldados que estaba replegándose y pareció extraviarse en la oscuridad, durante el fragor de los bombardeos.
Al amanecer, una patrulla de infantes argentinos, guiada por sus ladridos, la encontró, a dos kilómetros del pueblo, dándole calor a un soldado herido que estuvo a punto de congelarse.
Mortero fue un perro táctico del Regimiento Infantería Mecanizada 8 (RIM8) del Ejército Argentino, que se asentó en la Bahía Fox de la isla Gran Malvina, cuyo guía fue el cabo 1° Víctor Alberto Funes.
Como cuenta el VGM Carlos Alberto González, este ovejero dorado acompañaba a la patrulla por entre el campo minado de la gran isla oriental y se quedaba esperando en una tranquera a que volvieran los soldados de la misión. “Cuando regresábamos del Monte Sulivan, Mortero se alegraba de vernos”, recuerda González.
Con la rendición, los soldados fueron trasladados al buque inglés Norland como prisioneros de guerra, y Mortero fue uno más. Cuentan que los ingleses no lo querían llevar “porque les orinó las alfombras al buque”, pero ante la insistencia de los soldados, lo dejaron quedarse.
González dice que “cada Veterano ‘del 8′ tendrá alguna anécdota para contar, pero todos vamos a coincidir en que Mortero fue un soldado más del Regimiento”.
Los historiadores militares coinciden en que los perros son indispensables en los conflictos bélicos, y desde la Primera Guerra Mundial hasta nuestros días las historias de animales heroicos abundan.
Más allá del apoyo táctico o la alerta en el combate, dando aviso de un ataque aéreo o de la infiltración de una patrulla enemiga, los perros resultan un apoyo emocional clave para los soldados.
Tom, como se desprende del relato del VGM Omar Liborio, cumplió con esas dos misiones; por un lado, perro artillero, eficaz alarma frente a bombardeos británicos; por el otro, compañía fundamental, apoyo moral y mejor amigo del soldado, tanto que, como recuerda su camarada, Tom solía acercarse al combatiente que andaba triste.
A continuación, la historia completa del cuzquito que desde 2014 tiene un monumento en la localidad bonaerense de Ascensión, partido de General Arenales, narrada por quien lo llevó a las Malvinas:
El camión me esperaba afuera, junto a mis soldados y los equipos. Tomé un gran manojo de camperas y me dirigí a la carrera, pero se me cruzó un perro de la base que habíamos criado desde cachorro y me hizo caer.
Me levanté maldiciendo, tomé otra vez las camperas y retomé mi camino, pero a los pocos metros otra vez el perro me hizo caer. De la bronca, lo tomé y le dije “te venís con nosotros a Malvinas” y lo subí al camión.
Al ver el perro, el soldado Cepeda me preguntó asombrado: “¿Y eso mi Cabo Primero? ¿Cómo se llama el perro?”.
Entre risas le contesté: “Desde hoy se llama Tom, porque vamos al Teatro de Operaciones Malvinas”.
Al poco tiempo se transformó en el ser más mimado y querido entre todos, pero debíamos ocultarlo de los superiores, por eso en las inspecciones siempre estaba dentro de algún bolso, campera o saco de donde solo salía su hocico para respirar.
Luego de unos días de espera en Santa Cruz, partimos en un Hércules hacia las Islas Malvinas transportando a nuestro personal, dos cañones Sofma, un Unimog y desde luego a Tom, que para esa altura ya era otro soldado movilizado del Grupo de Artillería 101.
En Malvinas, Tom se comportó como un bravo artillero. Cuando tirábamos con la máxima cadencia de fuego hacia los británicos, él se paraba delante del cañón como el mejor de los combatientes; siempre ladraba y jugaba con aquel que estaba bajoneado en los momentos de calma para darle ánimo; cuando había “alerta roja de bombardeo naval” era el primero en salir del refugio para buscar a los más alejados y el último en entrar a cubrirse; y muchas veces su instinto canino presintió los bombardeos aéreos antes que se gritara la alarma, lo cual manifestaba con ladridos que ya conocíamos.
Compartía con nosotros la comida y los soldados le fabricaron un abrigo con los gorros de lana y bufandas.
El 11 de junio, a las 11.15, un avión pirata se lanzó frenéticamente sobre nuestra posición bombardeando nuestro cañón y haciéndolo estallar, nosotros corrimos a cubrirnos y Tom, como siempre, parado sobre una roca ladraba dando la señal de alerta.
El avión efectuó otra pasada, esta vez ametrallando con furia nuestra tropa que repelía el ataque con fusiles, en esta oportunidad varios fueron heridos (yo entre ellos), y Tom, que corría avisándoles a los más distantes, fue alcanzado por las esquirlas.
El humo y el olor a pólvora cubrieron el lugar. Como pudimos, heridos, buscamos a Tom y lo encontramos tendido sobre una piedra inmóvil, con sus grandes ojos negros mirándonos y despidiéndose lentamente de sus camaradas.
Allí quedó para siempre nuestro cañón y el mejor testigo de esta gesta, nuestro querido Tom. Allá en la fría turba malvinera él es otro bastión argentino, que junto a los héroes que dieron su vida por la Patria significan soberanía y un especial estilo de vida.
Cuando volví al continente, en honor a él, todos los perros que tuve se llamaron Tom y mientras yo viva así lo haré.
Tom en Malvinas fue mi mejor amigo. ¡Y yo jamás olvido a mis amigos! Fuentes: lamovidaplatense.info y lanacion.com.ar