Hace cinco años y medio, Beatriz Billone se convirtió en la primera argentina criopreservada, desafiando la mirada escéptica de la comunidad científica. Tras su fallecimiento en septiembre de 2018, su cerebro ha sido objeto de una investigación que está a punto de concluir. El siguiente paso: reposar en un laboratorio estadounidense, quizás por siglos, a la espera de una tecnología capaz de reanimarla.
Billone, dedicada a la educación y fundadora de 19 escuelas en el Gran Buenos Aires, descubrió la criopreservación a través de su hija, María Entraigues-Abramson, quien reside en Estados Unidos. María lideró el proceso de criopreservación de su madre, tratándolo como una donación a la ciencia. El procedimiento fue complejo, improvisado y sin antecedentes en Argentina.
La criopreservación del cerebro de la mujer se ha convertido en un ejemplo único para la investigación. Su hija destaca la dificultad de preservar el cerebro en condiciones precarias y cómo este estudio proporcionará información valiosa sobre los efectos en entornos con bajos recursos.
El traslado del cerebro a un laboratorio en Los Ángeles está programado para fines de febrero, donde se espera continuar el estudio detallado. La criobiología avanzada del 21st Century Medicine se enfrentó a desafíos únicos al estudiar el cerebro de Billone debido a la congelación de los líquidos circundantes.
La esperanza reside en una tecnología futura que hoy parece lejana. Greg Fahy, director del 21st Century Medicine, destaca la conservación razonable del cerebro de Billone y el desafío de examinar áreas críticas para evaluar la preservación de células y el neuopilo.
Rodolfo Goya, científico argentino, replicó el proceso en ratas para evaluar los efectos del protocolo en sus cerebros. Los resultados indican que la criopreservación es razonablemente efectiva para conservar la estructura cerebral, lo que podría tener implicaciones futuras para la revivificación.
Aunque la criopreservación ha tenido éxito en gusanos, organismos que pueden revivir después de la congelación, la aplicación directa a humanos plantea desafíos éticos. Mientras las organizaciones criónicas abogan por la posibilidad de criopreservar individuos aún vivos, la espera de una tecnología revolucionaria continúa sin fecha precisa.